Para explicarlo de forma sencilla, el blanqueamiento dental es un tratamiento estético para conseguir eliminar el color oscuro y las manchas de nuestros dientes. Este oscurecimiento aparece porque, con el paso de los años, los alimentos que consumimos y otras sustancias como el tabaco penetran hasta nuestra dentina a través de los poros microscópicos que tiene el esmalte de nuestros dientes, haciendo que el diente se oscurezca externamente.
El blanqueamiento dental trata de revertir este proceso, utilizando los denominados agentes blanqueadores, unos geles cuyos componentes químicos (peróxido de hidrógeno y peróxido de carbamida) penetran en la dentina descomponiendo los restos orgánicos que se alojan en ella y, consecuentemente, haciendo que los dientes tengan una apariencia exterior más blanca y brillante.
Existen varias formas de someterse a un blanqueamiento dental. Por una lado, una de las opciones más cómodas es hacerlo en casa, con un kit doméstico que nos proporcione nuestro dentista, con férulas dentales y geles blanqueadores que utilizaremos durante la noche. Este tratamiento es más lento, ya que deberemos usarlo durante varias semanas.
Existen, por otro lado, otros tratamientos más rápidos que se realizan en la consulta del dentista. Utilizan geles similares a los que hemos mencionado, pero aceleran el proceso de blanqueamiento con catalizadores como la llamada lámpara de luz fría (tipo LED) o láser. El segundo es mucho más rápido que el primero (unos 40 minutos en clínica puede resultar similar a unas 3-4 semanas en casa), aunque también tiene más riesgos. Existe una tercera opción también muy usada, que es la combinación del tratamiento en clínica con el uso de férulas en casa.